Madame Bovary (trad. Juan Bravo Castillo) by Gustave Flaubert

Madame Bovary (trad. Juan Bravo Castillo) by Gustave Flaubert

autor:Gustave Flaubert [Flaubert, Gustave]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1856-01-01T05:00:00+00:00


X

Poco a poco, aquellos temores de Rodolphe se apoderaron también de Emma. Al principio la embriaguez amorosa le impedía pensar en nada más. Pero ahora que aquel amor se había convertido en algo indispensable en su vida, temía perderlo o simplemente que algo lo perturbara. Por eso, al regresar ahora de casa de Rodolphe, echaba en torno suyo inquietas miradas, espiando cada una de las siluetas que surgía en el horizonte y cada buhardilla del pueblo desde donde pudieran verla. Atisbaba las pisadas, los gritos, el ruido de los carros, y cada vez que oía algo raro, se detenía más pálida y más trémula que las hojas de los álamos que se balanceaban sobre su cabeza.

Una mañana que regresaba de este modo, creyó distinguir de repente el largo cañón de una carabina que parecía estar apuntándola. Sobresalía sesgadamente del borde de un pequeño tonel medio hundido entre las hierbas, junto a una cuneta. Emma, a punto de desfallecer de puro miedo, prosiguió no obstante su marcha, y del fondo del tonel surgió un hombre, como uno de esos diablos con resortes que salen al abrir ciertas cajitas de sorpresa. Llevaba polainas abrochadas hasta las rodillas y la gorra calada hasta los ojos; le tiritaban los labios y tenía la nariz roja. Era el capitán Binet, que estaba apostado acechando el paso de los patos silvestres[94].

—¡Debería usted haber gritado desde lejos! —exclamó—. Cuando se percibe una escopeta, hay que prevenir al que la empuña.

El recaudador, de ese modo, pretendía disimular el susto que él mismo se había llevado, puesto que un decreto de la prefectura había prohibido la caza de patos a no ser que se hiciera en barca, y monsieur Binet, a pesar de su declarado respeto por la ley, la estaba infringiendo; de ahí que a cada momento le pareciera oír los pasos del guarda jurado. De cualquier modo, aquella inquietud no hacía sino acrecentar su placer, y allí, a solas en su cuba, se regodeaba en su suerte, íntimamente satisfecho de su astucia.

Al ver a Emma, se sintió aliviado de un gran peso, y en seguida entabló conversación:

—No hace calor que digamos, ¡pica!

Emma no decía ni palabra.

—Buen madrugón se ha dado usted esta mañana —prosiguió él.

—Sí —balbuceó Emma—; vengo de casa de la nodriza que cuida a mi hija.

—¡Ah, muy bien, muy bien! Pues yo, aquí donde me ve usted, llevo metido en este escondrijo desde que empezó a clarear; pero hace un tiempo tan asqueroso que a menos que te pasen las piezas por delante de las narices…

—Que usted lo pase bien, monsieur Binet —le interrumpió Emma, volviéndole la espalda.

—Servidor de usted, señora —repuso él en tono seco.

Y se volvió a meter en su tonel.

Emma se arrepintió de haber dejado al recaudador con la palabra en la boca. Sin duda, éste haría conjeturas malévolas. La historia de la nodriza era la peor excusa, pues todo el mundo sabía en Yonville que la niña de los Bovary llevaba ya un año en casa de sus padres. Además nadie



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